Reportaje

Las muchas madres de Simón, una niña criada en tribu

Sofía Pérez Mendoza

Esta es la historia de una niña de dos años cuyos cuidados asumen un grupo abierto de personas. Practican la crianza en tribu, una apuesta por colectivizar no exenta de rupturas y contradicciones: "Compartir a tu hijo como punto de partida es imposible".

Hay muchas formas de ser madre. Simón tiene varias desde que nació, aunque solo llama mamá a una. Va a cumplir tres años y convive con un grupo abierto de personas que la crían en tribu, una elección "deseada" que remueve los cimientos del concepto tradicional de familia y que, bromean ellas, "no es hacer cuadrantes para organizar cuándo nos toca cambiar el pañal a cada una".

Cuando Carolina (nombre ficticio) parió a Simón decidió incorporar la maternidad a una vida que ya era en colectivo desde 2009. "La integramos en nuestra forma de entender el mundo y nos dimos cuenta de cómo nos había atravesado el modo tradicional de estructurar una familia. Hay una forma de cuidar muy normativa y es que la madre cuida al resto. Esto nos ha supuesto romper con un montón de cosas que tienes en la cabeza", reconoce.

"Hay una forma de cuidar muy normativa y es que la madre cuida al resto. Hemos tenido que romper con un montón de cosas. Yo amo a Simón pero no quiero ser la madre, la única, la exclusiva"

Se turnan para quedarse con Simón, para las duchas, las comidas, la hora de dormir… Dicen que no consensúan cada paso que dan, aunque sí “las decisiones importantes”. “Cada una no tiene un rol súper determinado, depende del momento. Vivimos en el cambio constante y también cambian las relaciones entre nosotras. Intentamos aceptar la fragilidad para mantener nuestra red, que es más fuerte que el núcleo tradicional de familia donde pasa algo, como el divorcio de los padres, y todo se desbarajusta", explica Raquel (nombre ficticio), que aunque no ha parido dice que siente que ha sido madre.

Carolina y Raquel, hermanas, forman junto al padre de Simón el núcleo más involucrado en la crianza de la niña, pero pasan mucho tiempo con Amaro, de poco más de un año y medio, y las tres personas que lo crían en una casa cercana, ubicada en el mismo barrio de Madrid. Antes convivían todas y han formado un "espacio de apoyo mutuo" que les ha aliviado, admiten, de muchas cargas. Pero no sin renuncias.

Salirse de los márgenes de "la madre segura, feliz, que ya ha agotado su juventud y se dedica en cuerpo y alma a sus hijos", dice Carolina, implica desmontarte todo el tiempo. "En el momento en que rompes eso que nos viene dado de "pares y te conviertes en madre" hay una quiebra interior. Y eso sí es una revolución".

Carolina admite –y Raquel asiente a su lado– que "criar en tribu te facilita y te jode". "Ser madre es tener a mano algo tan evidente con lo que identificarte... No me apetecía tomar esa identidad pero no tomarla desde el principio me hacía sentirme insatisfecha. Necesitaba un espacio para vivir esas sensaciones mandando yo más, reivindicándome, pero a la vez me daba envidia la relación que tenían el resto con Simón, basada en un amor más real y no tan dependiente".

Carolina, Raquel y otras dos compañeras charlan mientras toman un café. Todas crian en tribu. / Marta Jara

Las dos hablan con honestidad de sus contradicciones y creen, desde lo que ya han vivido, que "compartir a tu hijo como punto de partida –sin haber vivido en tribu antes– es una movida imposible". "Nosotras nos hemos visto verdes en mil cosas sin partir de cero y todavía somos bastante ineptas para generar acuerdos. Cuando hemos tenido que tomar decisiones más complicadas –analiza Carolina– han venido de la iniciativa de una o dos personas que lo veían claro y al resto nos ha parecido bien".

Vivir en una "burbuja"

Durante los primeros meses intentaron continuar con los ritmos que llevaban antes y fingieron sin éxito que Simón había entrado en la tribu y no pasaba nada. "Al principio los cuidados estaban centrados sobre todo en cuidar a Carolina. Ella esperaba algo que el resto no atendíamos porque era difícil empatizar con una cosa que no está pasando por tu cuerpo. Entonces los cuidados derivaban en poner lavadoras, hacer las comidas...", recuerda Raquel.

Ahora que Simón ya no es un bebé, coinciden ambas, han conseguido colectivizar realmente la crianza y los cuidados. "Yo la amo, pero no quiero ser la madre, la única, la exclusiva. Cuando entras en ese estado más relajado y eres consciente todo fluye mucho mejor. La gente –critica Carolina– está sometida a seguir con su ritmo de vida pese a que hay cambios evidentes como un bebé. Nosotras hemos intentado generar una estructura para escucharnos y permitirnos nuestros tiempos, no desoírlos".

"Solo cuidamos a los nuestros. La idea de la propiedad privada la tenemos metida hasta la médula. Y no se me ocurre algo que sea más propiedad privada que un niño"

Son conscientes de que viven en "una burbuja" que en algún momento se romperá cuando Simón entre al cole. Esta semana ha empezado a ir a una escuelita, una suerte de guardería en la que los que crían se turnan para cuidar con el acompañamiento de una educadora.

"Sabemos que a veces es un lío para Simón tener tantas figuras de referencia pero pensamos en todo esto como ventanas abiertas para que pueda elegir. Queremos seguir haciendo infraestructura dentro de nuestra burbuja, que está llena de herramientas. Pero es verdad, reconoce Carolina, que te da miedo pensar que se relacionará con niños y niñas con realidades muy diferentes".

Antes y también después de la llegada de Simón, esta tribu ya pensaba que “no sabemos cuidar”. Ellas, dicen, siguen aprendiendo todos los días. "Solo cuidamos a los nuestros. La idea de la propiedad privada la tenemos metida hasta la médula. Y no se me ocurre algo que sea más propiedad privada que un niño", concluye Raquel.